lunes, 2 de diciembre de 2013

Aquí está la Navidaaaad

Sí, es cierto. Toda parodia es insuficiente. El anuncio de la Lotería de Navidad de este año es un horror, pero hay que reconocer que como campaña publicitaria está siendo todo un éxito. Tras el shock inicial, a todo el mundo le ha dado por ponerse nostálgico y acordarse del “calvo de la lotería”, cuando el pobre hombre finalizó su contrato en 2006. ¿Acaso alguien recuerda el anuncio de la Lotería de Navidad de 2007? ¿Y de 2009? ¿Y el spot del año pasado? Pocos, verdad. Pues creedme si os digo que esas caras acartonadas, esos ojos que parecen salirse de sus cuencas, esas sobredosis de bótox, esa plaza de Pedraza (qué pena, con lo bonita qué es) convertida en la exaltación suprema del amor, la amistad y la ñoñería navideñas, ese Raphael colocando una bombilla… no vamos a olvidarlos nunca, nunca jamás. Las generaciones posteriores nos preguntarán por el anuncio de la Lotería de Navidad de 2013 y todos sabremos responder perfectamente cuál era. Así que un aplauso muy fuerte para los creativos que han perpetrado semejante despropósito. Les ha salido la jugada redonda.

Con la llegada de diciembre, es inevitable no hablar de estas fechas tan señaladas, así que yo, que últimamente no ando dotada de demasiada originalidad, no voy a ser una excepción. Mi entrada de hoy se centrará en lo que he decidido denominar “Verdades universales de la Navidad”, que, a mi modesto entender, son las siguientes:

- La Lotería de Navidad hace más por tu salud que comer verdura y dejar de fumar.
Esta afirmación es real como la vida misma. Llevas desde noviembre recopilando décimos y participaciones para el sorteo de Navidad procedentes de muy diversos lugares. Del trabajo, de la asociación de vecinos de tu barrio, de la asociación de vecinos del barrio de tus padres, de la asociación de vecinos del barrio de tus suegros, de la Manolita, del AMPA del colegio de tus hijos, del AMPA del colegio de tus sobrinos, del AMPA del colegio de tu barrio al que van los hijos de uno de los miembros de la asociación de vecinos, que como es muy perspicaz y tiene unas dotes comerciales sobresalientes, te ha colado dos papeletas en lugar de una… Realizas esta labor con alegría y esperanza, con el firme convencimiento de que esta vez serás tú la que salga en televisión con un gorrito de Papá Noel, mostrando a cámara el décimo premiado mientras descorchas una botella de cava. Llega por fin el ansiado día y te pasas toda la mañana escuchando la letanía de los niños de San Ildefonso. “¡El Gordo, ha salido el Gordo!”, chillas cuando uno de los chavales se traba y cambia, por fin, el tono de voz. Vas corriendo a comprobar tus números y…descubres que no tienes ni la terminación. “Bueno, todavía quedan premios”, piensas. “¡El segundo, ha salido el segundo!”, “¡El cuarto, ahora el cuarto!”, “¡¡¡El tercero, a ver si tengo suerte con el tercero!!!, y así sucesivamente hasta que finaliza el sorteo. Entonces enciendes impasible la televisión y fijas tu atención en esa muchacha que pega saltos mientras enseña sonriente su número al reportero de turno. “Por lo menos, yo voy a tener salud”, afirmas sin poder esconder cierto resquemor. Porque sí, es un hecho. Si no te toca la Lotería navideña tu cuerpo se recubre de un aura luminiscente muy al estilo “anuncio de Actimel” que te inmuniza de cualquier tipo de enfermedad para todo el año. Así que sonríes y te dispones a cometer todo tipo de excesos observando de reojo a la de los saltos, que, ajena a la desgracia que se cernirá sobre ella (pobre), continúa pegando voces con el décimo en la mano.  

- En Navidad, si no ves a todos, absolutamente a todos tus amigos, familiares y conocidos, éstos sufren una horrible transformación de la que no se recuperan jamás.
Por eso es necesario, casi vital, quedar con todo el mundo durante las fiestas navideñas. No sea que por tu pereza o por tu tendencia innata a juntarte en pequeñas dosis con los de tu propia especie a tu mejor amiga le crezca un tercer pie o tu compañero de trabajo se convierta en elefante africano.
Es por ello que el mes de diciembre no es más que una sucesión sin fin de comidas, cenas y aperitivos con los amigos de la Universidad, los del colegio, los del instituto, los compañeros de tu primer trabajo, los del segundo, los primos por parte de madre, los tíos por parte de padre, los del curso de chino mandarín, las madres del colegio de los niños, etc, etc. Una ingesta masiva de comida que, si bien, evitará las mutaciones anteriormente mencionadas, no impedirá que una de ellas sí que se produzca. Esa que te hará tener que comprar pantalones de una talla más.

- Todo aquel que pisa el centro de Madrid en Navidad recibe un regalo sorpresa.
Esta verdad universal es la que explica por qué el centro de Madrid se colapsa durante las fiestas navideñas. La gente acude en masa a la Plaza Mayor y a las calles aledañas a la Puerta del Sol, movida por la emoción de recibir un regalo sorpresa. Puede ser dinero en efectivo, un viaje a Disneyland París o un apartamento en Benidorm. También hay otra teoría y está relacionada con una posible fumigación masiva anual que la Comunidad de Madrid lleva a cabo en todos los hogares a excepción de los situados en el centro de la capital. Para no ahogarse ni respirar estos vapores nocivos, los ciudadanos se lanzan como locos al único sitio donde pueden estar a salvo durante unas horas, repitiendo año tras año el mismo ritual.

- En Navidad, los seres humanos despedimos un olor nauseabundo.
Así que la mayor parte de los canales de televisión con los que contamos emiten una y otra vez mensajes publicitarios sobre colonias y perfumes para hombres, mujeres y niños. Un antídoto infalible para acabar con ese repugnante olor que todos emanamos nada más poner un pie en el mes de diciembre.

- El espíritu navideño consiste, entre otras cosas, en compartir tu mesa con tus congéneres. 
¿Acaso hay algo más bonito y entrañable que compartir tus viandas con los demás? Por este motivo, muchos ciudadanos deciden adornar las fachadas de sus hogares con múltiples luces parpadeantes, a ver si tienen suerte y un avión se desvía de su ruta y les aterriza en el balcón. Sólo de esta manera, pueden llenar su salón de jóvenes británicos que viajaban a Ibiza a la despedida de soltero de uno de ellos o de ancianitos suecos que regresaban a Estocolmo desde Málaga, convirtiendo su mesa en un ameno crisol de culturas 

miércoles, 30 de octubre de 2013

Otras cinco ideas para seguir eclipsando a la novia el día de su boda

Por aclamación popular he decidido continuar mi exitosa andadura como bloguera de moda y seguir recomendando toda suerte de estilismos discretos y sencillos con los que acaparar las miradas en la boda de turno. Si bien es cierto que los meses que se avecinan son poco proclives a los enlaces matrimoniales, estos diseños permiten el acompañamiento de un abrigo, capa o chal de paño gordo sin perder ni un ápice de su elegancia y originalidad. Es más, el factor sorpresa os hará completamente irresistibles. Poneos en situación. Vuestra amiga del colegio, sí esa que prefería ser alcanzada por un rayo antes que gastarse el dinero, ha tenido a bien invitarte a su boda el próximo 20 de diciembre. Ella insiste en que quiere dotar al evento de la magia de la Navidad, pero sólo tú sabes la razón verdadera de elegir semejante fecha: está deseando que algún incauto muera de congelación para demandar al restaurante y ahorrarse los cubiertos.  
Afortunadamente, tú eres una mujer sabia y has decidido convertirte en la versión femenina de Nanuk, el esquimal. Durante la ceremonia, optas por no quitarte ni uno solo de tus complementos invernales, en una estudiada dosificación de la intriga. Y cuando llega el momento de entrar al salón, te despojas de las prendas con parsimonia y ¡¡¡tachán!!!, muestras al mundo tu magnífico diseño, convirtiéndote en cuestión de segundos en la auténtica protagonista de la fiesta.
Veamos, pues, las nuevas y esperadas propuestas.


Estilismo número 1:



Utilísimo vestido con el que conseguirás ganarte la amistad eterna de la novia. Tanto si la boda tiene lugar en plena ola de calor veraniega como en un lluvioso día de otoño, tu indumentaria servirá de cobijo a la futura esposa, a la madrina o a la abuela del novio, que tendrán a su disposición un improvisado paraguas-sombrilla tamaño XXL. Además, gracias a la amplitud de la falda, podrás solucionar la cena del lunes ocultando bajo sus pliegues los langostinos sobrantes, o procurar un escondite apañado a tu prima segunda en su intento de escapar de las garras del tipo con la corbata en la cabeza.


Estilismo número 2:



Con este modelo atraerás a gran parte de los insectos circundantes, liberando al resto de invitados de sufrir molestas picaduras. Muy útil en caso de que hayas olvidado en casa el chaleco reflectante y sufras una avería en el coche. Además, si acompañas tu flamante vestido amarillo con una cresta roja y un tupper bien repleto de productos derivados del pollo, podrás ganarte un sobresueldo a esas horas de la noche en las que el solomillo al oporto ya se encuentra alojado en el dedo pulgar de tu pie derecho y eres capaz de desinfectar heridas con tu propia sangre.


Estilismo número 3:



Di adiós a las interminables sesiones de peluquería y maquillaje, recita “El Quijote” en chino mandarín, luce sin rubor esos pendiente de hojalata con forma de Torre Eiffel que alguien de dudoso gusto te trajo de su última escapada a París... Nadie, absolutamente nadie, te mirará a la cara ni prestará atención a tus palabras. Aprovecha para soltar en medio de un corrillo que fuiste tú la que mató a Kennedy, insinúa que el novio ha tenido una aventura con su mejor amiga, proclama a los cuatro vientos el final de “Breaking Bad”… Da igual, gracias a este sugerente vestido todo lo que se encuentre por encima de los hombros se volverá invisible a ojos de los demás.


Estilismo número 4: 


Modelo económico y reutilizable, muy apropiado en tiempos de crisis. Sirve para bodas, comuniones, bautizos, Halloween y para sacar al perro los domingos. El peinado es realmente muy cómodo, ya que mantendrás el mismo aspecto tanto al inicio de la ceremonia como en plena barra libre. No necesitarás retocarlo, con el consiguiente ahorro de tiempo y, sobre todo, de laca. Además, si algún niño se pone pesado no tienes más que ponerte un sombrero puntiagudo, pintarte un diente de negro y reirte de forma maléfica. Lograrás quitártelo de encima y obsequiarle con un bonito trauma para toda la vida.


Estilismo número 5:


Si tienes que acudir a una boda de postín, de esas en las que el protocolo exige llevar tocado, estás ante tu estilismo perfecto. Basta ya de flores y plumas. Realza tu figura y tu peinado con este magnífico sombrero-cigarrillo con el que, no sólo cumplirás de forma correcta con la etiqueta, sino que, además, reivindicarás la ley antitabaco, en peligro de extinción gracias a Eurovegas. Todos quedarán fascinados por tu buen gusto y, sobre todo, por tu compromiso con la calidad medioambiental y los pulmones ajenos.


Y esto es todo. No descarto continuar con mis pesquisas en aras del buen vestir. Si después de todo el esfuerzo no hago de mis lectoras unas “it girl”, es que el mundo no es justo, desde luego. 




martes, 1 de octubre de 2013

Por amor al arte


Aún recuerdo su mirada de emoción, su paso decidido. Cómo se aproximó al sarcófago medieval y sopló con fuerza, convencido de que encontraría bajo la capa de polvo inexistente algún tipo de inscripción inédita que le otorgaría fama y reconocimiento mundial. Lo que él no sabía (o el pobre infeliz trataba de ignorar) es que se hallaba en la muestra de las “Edades del Hombre” de Ávila, aquella tumba no tenía ningún secreto para los investigadores y él no era un Indiana Jones posmoderno, por mucho que su familia le observara con admiración y los pocos privilegiados que asistimos a la escena lo hiciéramos con una mezcla de estupor y pena.
Este señor no es más que un ejemplo del tipo de seres que te puedes encontrar cuando frecuentas una exposición, un lugar que a mucha gente le resulta absolutamente adictivo, no sólo por lo estimulante que es estar rodeado de obras de arte, sino, sobre todo, por la cantidad de anécdotas sustanciosas que recopilas gracias a las ganas de aparentar del resto de tus congéneres.
Veamos pues cuáles son los consumidores de exposiciones más comunes de los últimos tiempos, o por lo menos, aquellos que he padecido en mis propias carnes:

- Visitantes que piensan que la mayoría de la gente que se encuentra a su alrededor es deficiente visual.

Este visitante se planta ante la obra en cuestión, principalmente pictórica, y se limita a enumerar a su acompañante (utilizando un tono de voz convenientemente elevado) todos y cada uno de los objetos, animales, plantas o personas que allí se representan. Sus frases fetiche son: “Oooohhh, miraaaaa, un niño”; “Ay, qué bonito, dos perros negros” o “Anda, cuatro árboles y una casa de campo”. El cerebro de estos individuos suele colapsar ante un ejemplo de arte cubista, aunque, una vez superada la primera impresión, se sobreponen y continúan con su ardua tarea descriptiva: “Vaya, dos estrellas y una mancha” o “Aaaahhh, es un señor con una guitarra. Mira, no ves la guitarra. Pues está muy claro. Tres rayas, un círculo y un palo”.
Es difícil esquivarlos, pero, si tienes algo de práctica, puedes lograrlo. Un truco infalible es dirigirte a la otra punta de la sala con la esperanza de que se les seque la lengua o un golpe de suerte les deje momentáneamente sin visión. No obstante, la mayoría de ellos son ágiles y de ideas fijas, así que no te sorprendas si estás tranquilamente observando un cuadro y oyes a tus espaldas: “Oooohhh, un paisaje nevado”, “Mira, qué pena, Cristo crucificado” o “Dos huevos fritos en una sartén. Qué hambre, ¿verdad?”. Piensa que todo pasa y que lo bueno de tan agudas percepciones es que son breves y concisas. Eso sí, no me gustaría estar cerca de semejantes intelectos analizando, por ejemplo, “El jardín de las delicias".

- Visitantes barrera.

Estos visitantes se hacen fuertes delante de un cuadro y no hay forma humana de que se desplacen. Bien porque se están contando el último e interesante drama familiar de su mejor amiga y no se dan cuenta de que detrás de ellos y a ambos lados hay varias personas que tratan, por medio de difíciles escorzos, de poder ver la obra desde el ángulo adecuado, o bien, porque tienen cerca de su oreja ese arma del demonio llamado “audioguía”, que les hace permanecer como si les hubiera dado un aire durante un rato preocupante.
¿Cómo intentar que se aparten? Es fácil. Ponte delante de ellos. El primer tipo de visitantes barrera, aquellos que han decidido contarse su vida sin miramientos, se alejarán sin prestarte atención, ya que, probablemente, sus respectivos relatos son mucho más entretenidos que el cuadro que estaban medio observando. El segundo grupo de personas, esos tótems con el oído ocupado y el resto de los sentidos inertes, también deberían reaccionar a tu afrenta. A buen seguro que pulsarán el siguiente botón e irán derechos hacia su próxima víctima. Ahora bien, si después de situarte en medio, ves que sus extremidades superiores e inferiores continúan en idéntica posición y su rostro mantiene el mismo rictus, llama corriendo al 112. Se han muerto con el audioguía en la mano.

- Visitantes engolados.

Hay que reconocer que acudir a una exposición y después contarlo dota a tu estatus de mucha prestancia. Y que hacerte el culto y el leído delante de tu pareja, tu mejor amigo o tu madre te da muchos puntos de cara a convertirte en el “personaje mejor valorado” de tu casa en Navidad o de tu grupo de amigos en una reunión.
La mejor forma de lograr que tu acompañante se quede fascinado con tu sapiencia y luego la propague a los cuatro vientos es, sin duda, engolar la voz y entornar los ojos. A primera vista, dicha expresión puede confundirse con el estreñimiento, pero tranquilo, con esta sencilla técnica, podrás hablar de cualquier cosa, aparentando que tu cerebro es un pozo infinito de sabiduría. Y ni siquiera tendrás necesidad de conocer aquello de lo que hablas. Te lo podrás inventar sin problemas, porque tus gestos, tu rostro y tu voz serán tan creíbles y tan atrayentes, que nadie podrá discutirte que eres el sujeto más inteligente que pisa la sala.
Huir de tan “eruditas” explicaciones sí que es tarea complicada. Pero, a veces, quedarse junto a ellos merece la pena. Por el subidón de autoestima.

- Visitantes “Festival del humor”.

En toda exposición que se precie existe un personaje que vive en un universo paralelo y se cree ingenioso y divertido. No contento con expresar su jovialidad sólo entre sus allegados, decide gritar sus gracietas a pleno pulmón, a ver si es posible que le escuchen también los que descansan en los jardines del museo. Sus acólitos ríen hasta las lágrimas, mientras el resto de los visitantes:

A/ Ansían que se abra el suelo y se trague al de los chascarrillos.
B/ Echan de menos no haberse traído los tapones para los oídos.
C/ Se arrepienten de no haber comprado un audioguía de los que paralizan los sentidos.
D/ Se repiten una y otra vez por qué a ellos, si son buenas personas y no se meten con nadie.   


lunes, 16 de septiembre de 2013

Un hombre a un altavoz pegado


Cada vez que recuerdo el diálogo que voy a transcribir a continuación me palpita una sien y se me acelera el pulso. Y no por su contenido (peores cosas he escuchado impertérrita en los últimos tiempos), sino porque uno de los protagonistas hablaba con un volumen de voz tal que nos hizo partícipes involuntarios de sus cuitas a todos los que compartíamos con él autobús y probablemente a los ocupantes de los vehículos que pasaban cerca. Me atrevo a pensar que hasta algún peatón que cruzaba despreocupado el paso de cebra percibió tamaña potencia vocal.
Tres personas forman parte del elenco de esta pequeña escena basada en hechos reales: Señor A (el vociferante), Señora A (su sufrida esposa) y Señora B (la típica mujer que tiene como profesión intervenir en todas las conversaciones).

Todo sucedió en un autobús urbano de esos que recorren el municipio de forma circular. En una de las paradas rutinarias, una pareja sube al autobús. Ambos rondan los 60 años. Él viste pantalón de pinzas de tiro alto y una camisa azul de manga corta. Ella lleva falda, camiseta de flores y un abanico que agita con energía. El drama comienza en el mismo momento en que Señor A introduce su billete en la máquina y ésta emite el pitido que indica que el ticket no es válido.

Señor A: ¡¡¡¡YA ESTAMOS OTRA VEEEEZZZZ!!! ¡¡¡ESTA MAÑANA ME HA PASADO LO MISMOOOO!!! ¡¡¡ACABO DE COMPRAR EL BILLETE Y YA SE HA ESTROPEADOOOO!!!

El conductor del autobús, que habla a un volumen normal y se encuentra detrás de una mampara, le debe comentar que es un problema muy frecuente y que están intentando cambiar las máquinas.

Señor A: ¡¡¡LO MISMO ME HA DICHO TU COMPAÑERO ESTA MAÑANAAA!!! ¡¡¡PERO CAMBIAD LAS MÁQUINAS YAAA!!! ¡¡¡QUE ME DA MUCHO CORAJEEE!!!

El buen hombre no es muy consciente de que, en su arrebato emocional, está taponando la entrada del vehículo. Los de detrás comienzan a carraspear nerviosos. Sólo su mujer, que continúa abanicándose como si no hubiera un mañana, se da cuenta de la situación y le insta a ocupar su asiento.

Señora A: Vamos, siéntate ya, que tiene que pasar la gente.

Señor A: ¡¡¡ES QUE ME DA MUCHO CORAJEEE!!! (el hombre insiste en su argumento) ¡¡¡QUE EL BILLETE ESTABA NUEVOOO!!! ¡¡¡CLARO, CLARO, DICEN QUE VAN A CAMBIAR LAS MÁQUINAS Y  LUEGO NO CAMBIAN NADAAA!!! ¡¡¡QUÉ VAN A CAMBIAR, PUES NADAAA!!!

Mientras la pareja avanza por el pasillo, comienzo a implorar que se sienten en la otra punta del autobús, pero Murphy, su ley y yo solemos ser buenos amigos y, efectivamente, ambos tienen a bien situarse detrás de mi asiento.

Señor A: ¡¡¡ASÍ VA TODOOO!!! ¡¡¡NO CAMBIAN NADA PORQUE NO HAY DINEROOO!!!

Señora B: Diga usted que sí (ahí está, ha llegado su momento, la Señora B interviene y corrobora las palabras del altavoz humano. No se moja demasiado, pero, sin duda, con esta frase se gana a tu interlocutor ipso facto).

Señor A: ¡¡¡SI ES QUE, SEÑORAAA!!! ¡¡¡ESTA MAÑANA ME HA PASADO LO MISMOOO!!! ¡¡¡Y AHORA OTRA VEEEZ!!! ¡¡¡Y, HALA, EL BILLETE YA SE HA ESTROPEADO Y ESTABA NUEVOOO!!! ¡¡¡ES QUE NO HAY DERECHOOO!!!

Señora B: Tiene usted razón, es que no hacen nada bien (esta afirmación también es bastante socorrida. Puede referirse tanto a una empresa de autobuses interurbanos como a la troika de la Unión Europea).

La Señora A va a dislocarse la muñeca abanicándose. Su marido, con tacto envidiable y su aterciopelada voz, le espeta: ¡¡¡YA ESTÁS OTRA VEZ CON LA JODIDA CALOOOR!!! ¡¡¡ES QUE SIEMPRE TIENES CALOOOR!!!

Señora A: ¿Y qué quieres que le haga si tengo calor? (como se nota que su señor esposo no sufre en sus carnes la menopausia, una de las múltiples maldiciones bíblicas con las que se nos ha obsequiado a la mujer).

Señora B: Normal, señora, está haciendo mucho calor (desde luego, esta mujer es un prodigio de sensatez. No dice una palabra más alta que la otra y, encima se pone de lado de la señora del abanico en una suerte de complicidad femenina francamente envidiable).

A mi lado se sienta una pobre incauta con cara de enferma. Creo percibir en ella los síntomas de una migraña. Se toca demasiado la cabeza, se tapa la cara con las manos… Me da a mí que también sufre algún tipo de deficiencia auditiva, porque nadie en su situación se sentaría delante de semejantes cuerdas vocales. Cuando se da cuenta de su error, ya es demasiado tarde.

Señor A: ¡¡¡YA ANOCHECE ANTEEES!!! ¡¡¡SE NOTA QUE LOS DÍAS SON MÁS CORTOOOS!!! (giro de la conversación) ¡¡¡YA HAY QUE CAMBIAR LA HORAAA!!! ¡¡¡EN SEPTIEMBREEE!!!

Señora B: Creo que en octubre (y vuelve a tener razón)

Señor A: ¡¡¡YO CREO QUE ES EN SEPTIEMBRE, PERO PUEDE SER EN OCTUBREEE!!! (se dirige a su mujer) ¡¡¡OYE, LA HORA CUÁNDO SE CAMBIA EN SEPTIEMBRE O EN OCTUBREEE!!!

Señora A: ¿Qué dices? (un fuerte aplauso para la capacidad de abstracción de la señora. Esta mujer es el claro ejemplo de la supervivencia del ser humano. Convivir día a día con un tipo que sobrepasa el límite de decibelios permitidos le ha dado el don de poner en blanco su mente, pero, sobre todo, de que sus oídos seleccionen sólo aquello que les interesa. Olé por ella).

Señor A: ¡¡¡MI SEÑORA, QUE NO ME ESTÁ ESCUCHANDOOO!!! (ahora habla a la Señora B, que asiente. Supongo que también está alucinada con las habilidades de la Señora A).

Señor A: ¡¡¡MIRA UNA FARMACIAAA!!! (sí, es cierto, por la ventanilla se divisa una farmacia. ¿Por qué habrá llamado su atención? ¿Es la primera vez que ve una?) ¡¡¡ESTA ES DE LAS QUE ABRE TODO EL DÍAAA!!! ¡¡¡YA PODÍAN PONERNOS UNA FARMACIA EN EL BARRIOOO!!! ¡¡¡PERO NO HACEN NADAAA!!! ¡¡¡SI ES QUE LO HE PREGUNTADO YO Y ME HAN DICHO QUE LOS LOCALES VALEN MÁS QUE UN PISOOO!!! ¡¡¡ASÍ COMO VAN A PONER NADAAA!!!

Señora B: Es verdad, a ver cuándo ponen algo más en el barrio que no sea un bar o un chino (a mí ya se me ha caído un mito. Esta señora no hace más que hacerle la pelota al vociferante. Qué pena. Apuntaba maneras de contertulia).

Mi compañera de asiento está al borde del vómito. Vuelvo a rogar a quien me escuche que no gire la cabeza hacia mí cuando le venga la arcada. Afortunadamente, pulsa el botón y se dirige hacia la puerta de salida, no sin antes echar una mirada cargada de odio al Señor A. Decido emular a la mujer del abanico y abstraerme para intentar que mis oídos descansen de semejante tortura. Temo llegar a casa y descubrir que se me ha perforado un tímpano. Así que me pongo los cascos, trasteo un rato con el móvil, miro por la ventana y me imagino que estoy en un lugar paradisíaco… Sin embargo, el ansia de cotilleo puede más que el dolor físico y enseguida apago la música. Sólo consigo escuchar lo siguiente:

¡¡¡EN MI PUEBLO DE EXTREMADURAAA… MARIO CONDEEE… EXPROPIARON LAS TIERRAAAS… Y AHÍ LES TIENES, CULTIVANDO PATATAAAS!!!

Ignoro por qué la conversación ha tomado estos derroteros, qué hace Mario Conde cultivando patatas y cuál es la relación entre una expropiación de tierras y los tubérculos. Me apena haberme perdido lo más sustancioso del diálogo.

Señor A: ¡¡¡BUENO, SEÑORA, ESTA ES NUESTRA PARADAAA!!! ¡¡¡HASTA LA PRÓXIMAAA!!!

Señora B: Adiós, hasta otra ocasión (la noto triste, creo que ha despedido a su héroe de forma bastante fría).

Espero que le vaya bien, buen hombre. Que conserve la voz durante años. Que construyan una farmacia en el barrio y, sobre todo, que arreglen de una vez las máquinas. Que tiene razón, oiga. Que da mucha rabia comprarse nuevecito el bono de 10 y que el primer día ya te tengan que hacer el agujero. Que luego termina como un queso gruyere. Eso sí, mi cabeza, mis nervios y yo deseamos no volver a coincidir con usted en un espacio cerrado. Sin acritud.

martes, 3 de septiembre de 2013

La playa y sus gentes. Capítulo 3: Las mujeres


Sí, sí, no estáis soñando. Estamos en septiembre. Y, como esbozaba en entradas anteriores, ya podéis desempolvar las panderetas, ir pensando en el tan temido reparto de fiestas con la familia y comenzar a ahorrar para los regalos de Reyes, que en nada nos metemos de cabeza en la Navidad.
No obstante, en los últimos coletazos del verano nos encontramos con un grupo de gente blanquecina y con más paciencia que el santo Job que tiene a bien empezar su periodo vacacional justo cuando media Humanidad regresa al trabajo. Todos podemos convertirnos en algún momento de nuestra vida en estos seres admirables que se han tragado sin pestañear imágenes de pies en la playa, pies en la piscina, pies haciendo puenting, pies en una barbacoa, pies de turismo por Berlín, pies contemplando una puesta de sol… mientras realizaban las tareas suyas y las de sus compañeros veraneantes más solos que la una y padeciendo intensas olas de calor. Esos valientes, que piden encarecidamente a Dios, a la Madre Naturaleza o a quién quiera que les escuche que el sol y el buen tiempo se prolonguen unas semanitas más; que en su día decidieron convertirse en meros espectadores de la encarnizada lucha que se libró en su trabajo por los meses de julio y agosto, y que tienen que escuchar hasta la saciedad aquello de “bueno, por lo menos septiembre es más barato”, cuentan con el karma de su lado y disfrutan, casi hasta el orgasmo, de un gesto de lo más normal: dar dos besos de despedida a sus colegas bronceados. Creedme si os digo que, pese a todos los inconvenientes, largarse de vacaciones cuando toda la ciudad recupera su pulso vital es uno de los placeres más desconocidos del ser humano. Supongo que muchos estaréis ahora mismo en esa envidiable situación, así que el último capítulo de la tan alabada serie “La playa y sus gentes” va por vosotros.

Como siempre, y para no variar, cinco son los tipos de mujeres que voy a analizar:

- Mujeres que confunden bajar a la playa con acudir a la boda de los Príncipes de Asturias.
Ese pantalón corto que no te pones porque no deja nada a la imaginación, ese vestido que compraste en el mercadillo de tu barrio, esa camiseta tan “veraniega” que te regalaron el año pasado y que se ha salvado de milagro de ser convertida en trapos… El común de las féminas bajamos a la playa pertrechadas con nuestros atuendos más “cómodos”, un bonito eufemismo que en realidad se refiere a aquellas prendas absurdas que jamás nos pondríamos para nuestros quehaceres urbanos, pero que en el contexto playero y con el bikini debajo adquieren una dimensión infinitamente más útil.
Total, de qué sirve arreglarse más si pasar el día en la playa es probablemente el acto menos glamouroso del que tenemos constancia. La arena quema y te hace andar como Chiquito de la Calzada, los protectores solares dotan a tu piel de una pátina blanquecina, el viento y el agua marina convierten tu pelo en estropajo… Estar medianamente presentable es un acto heroico e inútil, un gasto de energía innecesario.
No obstante, existe un conjunto de mujeres estupendas a las que ni siquiera las dermatitis o los juanetes les hace despojarse de sus maquillajes y tacones. Y mucho menos, la playa. Reconozco no haberlas visto en persona (o por lo menos, no tan frecuentemente),  pero protagonizan las revistas del corazón y los magazines de sociedad. Visten multitud de collares, pulseras, los bikinis a juego con sus vestidos, sandalias de plataforma, llamativos caftanes de manga larga, sombreros muy grandes y algunas, las más modernas, hasta llevan botas, con el consiguiente perjuicio para las pituitarias de las personas que están cerca de ellas. Su rasgo más característico y lo que las diferencia del resto de las mortales es que se bañan con gafas de sol, por lo que cuando termina el verano deben acudir prestas a un fisioterapeuta para que les alivie la rigidez de cuello.

- Mujeres que ansían convertirse en Oprah Winfrey.
Envidian el tono de piel de las mujeres negras y hacen todo lo posible por asemejarse a ellas. En su vocabulario no existe la palabra “melanoma”. A primera hora de la mañana despliegan su toalla en la arena. Vierten sobre su cuerpo una cantidad generosa de bronceador factor 2. Se tumban. Al rato se levantan y se meten en el mar. Salen enseguida y se vuelven a tumbar. Esta vez deciden tostarse por el otro lado. Cuando ya estás empezando a llamar al 112 porque piensas que han fenecido, reaccionan (menos mal) y se refrescan nuevamente con el agua del mar. Si se acuerdan, comen algo. Se tumban de nuevo. Así, hasta que el sol decide esconderse, que es el momento idóneo para enrollar la toalla y marcharse. Gracias a este repetitivo ritual adquieren un color marrón que, con orgullo, lucen al regresar a sus lugares de origen y que, con probabilidad, les hará convertirse en una uva pasa requemada poco antes de entrar en los 50.

- Mujeres que miran al horizonte deseosas de que llegue una avioneta con pancarta y las rescate.
Desde que son madres, estas mujeres se ven abocadas a veranear en la playa por el bien de sus hijos. En algún momento de la historia de la Humanidad alguien mencionó que el agua del mar, la arena y el ambiente costero eran saludables para los niños y ellas siguen el consejo al pie de la letra. Aunque estén hartas de cambiarlos veinte veces de ropa. De correr detrás de ellos para que no se adentren demasiado en el agua. De intentar que coman otra cosa que no sea helados. De embadurnarles de crema. De evitar que jueguen con una medusa. De tragarse sin anestesia las animaciones de los hoteles. Añoran sus viajes pre-hijos y se cuidan bien de no ir siempre al mismo pueblo, no sea que a sus retoños les de por socializar y hacer amigos. Se juran y perjuran a sí mismas que el año siguiente no caerán en el mismo error, pero las risas despreocupadas de sus niños rebozándose en la arena y, sobre todo, lo guapos que están morenitos, les hará olvidar todo lo sufrido y dedicar nuevamente una semana de su vida a los innumerables “beneficios” que les proporciona el mar.

- Mujeres paseantes.
Las de más edad visten ropas holgadas con una profusa decoración basada en ramajes y en lo que viene a llamarse ahora “animal print” (y toda la vida ha sido conocido como “ese estampado hortera como de leopardo”). Como prefieren vender su alma al diablo antes que quemarse, muchas de ellas cubren sus hombros con pañuelos o camisetas, metiendo dichas prendas por debajo de las tiras del bañador. Independientemente de su edad, las mujeres paseantes suelen ir en grupo, ya que esto hace la caminata mucho más amena y así se puede criticar mejor al resto de los paseantes. La mayoría de las mujeres niegan realizar esta última actividad, pero, no nos engañemos, si nosotras sólo paseáramos para aliviar nuestras arañas vasculares, la orilla del mar parecería Madrid en agosto. A fin de cuentas, caminar por la arena es un sinsentido aceptado socialmente, porque ¿qué necesidad hay de andar hasta el final de la playa como pollos sin cabeza, para luego volver otra vez al punto de partida? Sin duda, tu cuerpo agradece tan sano paseo, pero, desde un punto de vista psicológico, ¿compensa la ansiedad que te ha generado tardar en descubrir que tu familia y amigos no han mutado de forma, sino que, simplemente, te has metido en otra sombrilla?

- Mujeres kiosko.
Estas mujeres se lanzan como locas a los kioskos o supermercados de rigor a comprar revistas femeninas (sí, esas publicaciones que nos enseñan los vestidos que nunca vamos a poder llevar, los hoteles que jamás nos podremos permitir, los restaurantes que sólo lograremos pisar si robamos un banco... para luego, en plan fin de fiesta, hacernos rellenar un test psicológico acerca de si estamos o no satisfechas con nuestra vida), ya que vienen cargadas de utensilios muy necesarios para afrontar su estancia en la playa.
Podemos verlas llevando sus pertenencias en bolsas pretendidamente firmadas por diseñadores de moda, haciendo equilibrios sobre chanclas de talla única, guardando el dinero en pequeños monederos que huelen a plástico... Su principal característica es que, una vez pasado el periodo estival, no suelen malgastar sus ahorros en semejantes fruslerías. 

martes, 20 de agosto de 2013

Información de servicio público (Parte 2)


Lo sé. He contribuido a que mucha gente cambie su suerte con los consejos que enumeré en la primera parte de esta bien llamada “Información de servicio público”. Por eso, ya tenéis aquí la esperada secuela. Nuevas afirmaciones que os harán mejores personas y lograrán que vuestros deseos se hagan realidad. No me extenderé demasiado en la introducción porque me consta que estáis ansiosos por conocerlas. Vamos a ello.

- Limpiar la mesa con papel y no con un paño de tela trae pérdidas económicas, porque representa un desprecio al papel moneda.
Sí, amigos, sí. Cada vez que optáis por recoger las migas de la mesa con la servilleta de papel sobrante, los escasos euros de vuestro monedero o cartera se ofenden sobremanera (menudos son ellos) y deciden largarse de su escondrijo en busca de nuevos dueños menos comodones que sí deciden levantarse a por un trapito o sacudir el mantel en el suelo.

- El que se casa en enero no estará bien económicamente el resto de su vida de casado.
Lógico. Tus invitados vienen de endeudarse hasta las cejas en las fiestas navideñas y, para protegerse de los fríos invernales, deben comprarse todo tipo de complementos de lana que conjunten con sus modelitos. No esperes, por tanto, que se muestren demasiado espléndidos en sus aportaciones. No podrás cubrir buena parte de los cubiertos, tendrás que pedir un crédito que no te dará el banco y te pulirás los ahorros para poderte ir de luna de miel. Entrarás en un bucle de escasez económica que te hará tener que echar horas extras en el trabajo. No verás nada a tu pareja, que, por su parte, también deberá trabajar como una mula, aumentarán las tensiones y, con suerte, estarás divorciado allá por el mes de diciembre. Conclusión: cásate en mayo.

- Si sueñas un sueño muy bonito en sábado significa que se te hará realidad.
Un truco. Si estás toda la semana pensando sin parar, una y otra vez, sin descanso, en que te va a tocar la lotería o en que Hugh Jackman te va a invitar a pasar con él unas vacaciones en las Seychelles, tu cerebro, por pesada, a buen seguro que le da por materializar estas ideas tan magníficas el sábado. Intentadlo. No perdéis nada. Y también funciona con Angelina Jolie.

- Si se ve una araña al mediodía es anuncio de alegría próxima.
Nuevo consejo protagonizado por un bicho. Ver una araña en cualquier momento del día ya no es sinónimo de que no limpias la casa. No corras como una loca hacia ella con la zapatilla en la mano. No chilles. No hagas un drama. No llames a tus hijos para que la aplasten con sus dedos sin compasión. Ese animalito lleno de patas puede proporcionarte una felicidad indescriptible si su aparición en escena coincide con el mediodía. Esperemos que no venga acompañada de más amigas, porque tu hogar puede convertirse en una reunión de parientes de Spiderman.

- Asegúrate de que tu novio lleve bien puesta la corbata el día de la boda, porque si la llevase de un lado o torcida, te será infiel.
Por favor, os lo pido. Las casadas id todas raudas y veloces a comprobar en las fotos de la boda que las corbatas de vuestros cónyuges están perfectamente rectas. Es la forma más fiable y eficaz de descubrir si van a optar por engañaros con otra en algún momento del matrimonio. Si, con espanto, observáis que dicha prenda se escora hacia un lado, contactad cuanto antes con un buen abogado matrimonial. Menos mal que la red te proporciona este tipo de consejos. La de disgustos que te ahorras, la verdad.

- Colocar dos cucharas cruzadas con un poco de sal en sus extremos cuando va a llover aleja las nubes.
No entiendo por qué en el norte se quejan tanto de que llueve con lo sencillo y económico que es este truco. Lástima que no se especifique qué cantidad de población debe realizar el ritual para que surta efecto. Eso sí, hay que llevarlo a cabo con moderación, no sea que convirtamos entre todos la Península Ibérica en el nuevo desierto del Sahara.

- La niña nacida el día de Navidad será bruja, pero no manifestará ningún tipo de poder hasta los 7 años de edad. El día de su cumpleaños, la madre deberá vigilar a su hija las 24 horas, pues las brujas la reclamarán para sí en algún momento del día.
¡¡¡AVISO A LAS MADRES QUE HAN TENIDO LA MALA SUERTE DE PARIR A SUS HIJAS EL 25 DE DICIEMBRE!!! ESTE CONSEJO ES DE VITAL IMPORTANCIA.
Visualicemos la situación. Comida de Navidad. Típica reunión familiar llena de chanzas, anécdotas, cordero, langostinos y jamón del bueno. Tu hija cumple siete años y ya es fan acérrima de Justin Bieber. Sientes que el tiempo pasa tan rápido, si hace nada estaba jugando con las Monster High…
De repente, una cohorte de señoras con sombreros puntiagudos y verrugas en la nariz entran volando por la cocina subidas en escobas. Mierda. Dejaste la ventana abierta para que se fuera el olor a cordero quemado. Sin mediar palabra, tienden la mano a tu pequeña, que, atraída por una fuerza irresistible, se sube a una de las escobas.
Tu padre escupe la gamba. Tu hijo menor está fascinado. Tu madre te mira con cara de “te lo dije, eres una descreída, tenías que haber encerrado a la niña en un armario bajo llave”. Tu hermana, decidida a ahorrarse el trauma, anota en su Iphone “bajo ningún concepto mantener relaciones sexuales sin protección entre los meses de marzo y abril”…
Pasan los años y recibes cartas y fotos de tu hija. Removiendo un caldero lleno de sapos con las del insti. De vacaciones en Salem. De akelarre por el País Vasco. Está feliz y ha encontrado su sitio. Viene a verte algún viernes 13 que otro y has descubierto que es una adolescente alegre, amiga de sus amigos y de saludable color verde. Pese a todo, no lo llevas tan mal. Eso sí, para superarlo, tuviste que apuntarte a la asociación “Madres que no hicieron caso de los consejos aparecidos en una página de internet (que, como todos sabemos, es un pozo de sabiduría) y ahora deben acudir a nuestras reuniones para tratar de superar que sus dulces princesas se han convertido en brujas pirujas”.
Advertidas estáis.

jueves, 1 de agosto de 2013

La playa y sus gentes. Capítulo 2: Los hombres


He aquí mi segunda reflexión acerca de los personajes que pueblan la playa en verano, aprovechando que acabamos de entrar en agosto, el mes vacacional por excelencia. No obstante, antes de comenzar con otro de mis sesudos análisis, me gustaría acordarme de aquellos que, por suerte o por desgracia, han de permanecer estos treinta y un días tan estivales en sus lugares de residencia. Sufridos seres que viven en sus carnes una serie de situaciones (algunas buenas y la mayoría, no tanto) que se repiten año tras año como una letanía. A saber:

- Bajar a la calle ufana y despreocupada y descubrir, no sin horror, en el cristal de la puerta del estanco/farmacia/tintorería/administración de loterías de tu barrio un cartel que reza: “Establecimiento cerrado por vacaciones del 2 al 28 de agosto”. Darte la vuelta, ya sin ningún tipo de alegría en el cuerpo, y concienciarte de que te espera un agradable trayecto bajo el sol hasta la otra punta de la calle (en el mejor de los casos) para poder comprar tabaco/comprar paracetamol/que te laven y planchen el traje para la boda de tu prima/echar el Euromillón, no sea que toque justo cuando no lo echas.

- Ir a comer a casa de tus padres y/o suegros, y descubrir, con una alegría indescriptible, que puedes aparcar en la puerta, no como en el resto de meses del año, que, prácticamente, has de coger un autobús para poder llegar desde el lugar donde has  estacionado tu vehículo hasta la vivienda donde tiene lugar el ágape familiar.

- Meterte en un centro comercial con la sana intención de comprarte alguna prenda veraniega rebajada y descubrir, no sin cierta depresión, cómo los abrigos, las cazadoras, los jerséis de cuello vuelto y los uniformes del colegio invaden el espacio sin piedad, recordándote que el ciclo de la vida es corto, tú te haces mayor a la misma velocidad, y en menos que canta un gallo estarás comiendo turrón, cantando villancicos y dando la bienvenida a un nuevo año que, indefectiblemente, pasará igual de rápido que el anterior.

- Ir al trabajo por la mañana o por la tarde y descubrir, con bastante indignación, rabia y ganas de emular a Michael Douglas en “Un día de furia”, que, si bien, puedes sentarte en el medio de transporte público en cuestión, la espera motivada por los nuevos horarios estivales ha sido tan larga, que te da igual sentarte, bailar una sardana o hacer el pino puente. Al día siguiente, deberás levantarte una hora antes (por lo que te planteas si sería más práctico no dormir, directamente) o, en el caso de que trabajes de turno vespertino, tendrás que inventarte una especie de desayuno-comida (vamos, un “brunch” obligado y carente de todo glamour) con las suficientes calorías para aguantar hasta la hora de la cena, que, debido a los también espaciados horarios nocturnos, con probabilidad se solape con el “brunch”, generando un bucle sin fin.

Bueno, vamos al lío, que se me va la cabeza y yo he venido aquí a hablar de la playa, como diría aquel. Voy a centrarme, esta vez, en cinco tipos de hombres con sus diferentes edades e idiosincrasias, muy claros y bien conocidos por todos:

- Hombres a una cerveza pegados.
En versión lata o vaso de plástico, el hombre a una cerveza pegado posee una mano inservible, ya que la única misión de sus cinco dedos es sostener con determinación dicha bebida. Como bien afirma el anuncio de una conocida cerveza con limón (para que luego digan que la televisión ha perdido su función educativa), con la otra mano libre son capaces de saludar al vecino, secar con la toalla a los niños, jugar a las palas, nadar en el mar y hasta hacer un sudoku de los difíciles. Todo menos soltar su néctar de los dioses, el brebaje que les da fuerza para afrontar los calores veraniegos.

- Hombres a un balón pegados.
Otra versión de "sujeto que presenta un elemento extraño anexo a su cuerpo", en este caso, un balón de fútbol. La principal característica del hombre a un balón pegado es que es un ser gregario, es decir, que tiene tendencia a juntarse con otras personas, formando todos ellos un grupúsculo claramente diferenciado que se denomina “rondo”. Otra particularidad de dichos individuos es su nostalgia de tiempos pasados, ya que gustan de rebozarse en la arena  tras golpear el balón mediante posturas inverosímiles (véase la definición de “niño croqueta” del capítulo anterior). Además, suelen comunicarse mediante onomatopeyas e insultos que aumentan ostensiblemente de decibelios si en las inmediaciones del rondo existe un grupo de mujeres. Cabe destacar que alrededor suyo pululan unos espectadores fieles que no participan en la actividad, pero interactúan con el resto, llamados “típicos amigos enemistados con el deporte”.

- Hombres concienciados con los riesgos de la exposición solar.
Es fácil distinguirlos. Transportan utensilios playeros hasta con los dientes. Y tienen una complicada e ingrata misión: la salud de la piel de toda su familia está en sus manos. Con firmeza y cierta altivez, sostienen el artilugio que les ayudará en su tarea: una sombrilla de diámetro considerable y un pequeño apéndice en forma de espiral en su parte inferior. Tras clavar el arma en la arena, comienzan un largo (larguísimo) ritual consistente en girar y girar con insistencia el apéndice de plástico. Giran y giran sin descanso para que la sombrilla quede bien sujeta, para que no entre ni un resquicio de luz solar, para que los suyos estén bien protegidos y para, quién sabe, lograr hallar una bolsa de petróleo que les haga ricos y les exima de volver a cargar los aperos de la playa y de veranear en esa ciudad costera tan repleta de gente…

- Hombres paseantes.
Estos hombres, en el fondo, añoran las aglomeraciones de sus ciudades de origen y se lanzan como locos a las orillas marinas a pasear con otras doscientas mil personas. Los de más edad llevan la cabeza bien cubierta con un sombrero de paja con inscripciones en el ribete (generalmente relativas a un lugar de veraneo) o con una gorra publicitaria. Pueden realizar su saludable paseo a pecho descubierto o vistiendo una camisa de poliéster, abierta eso sí, para que la brisa incida bien en sus ya maltrechos pectorales. Éstos últimos pueden olerse a distancia. Los más atrevidos no dudan en atentar contra las pupilas del resto de los pobladores de la playa usando slips que, probablemente, forman parte de su armario desde los años 70. La mayoría de ellos recurre al melón o a la sandía para recuperarse de la caminata.
Otro tipo de hombre paseante, de menor edad y con los músculos más desarrollados, es el que comúnmente se denomina “chulo de playa”, aunque yo prefiero optar por el término “hombre que ha sustituido su columna vertebral por el palo de una escoba”. Usan gafas de espejo y, la mayoría de ellos, lleva tatuajes hasta en las uñas de los pies. Andan tan erguidos y con los brazos tan separados del tronco que les resulta sumamente difícil recoger algo del suelo. Así que, no les culpes si no tienen el buen gesto de entregarte el chupete que el niño ha tirado en la arena o la pelota que no supiste devolver a tu compañero o compañera de juegos. Los pobres no quieren convertirse en antiexcitantes ángulos rectos (más que nada porque temen no volver a recuperar su postura inicial y quedarse así hasta el final de sus días).

- Hombres que preferirían estar en medio de un apocalipsis nuclear antes que en la playa.
Otro tipo de hombre fácilmente distinguible. Arruga el gesto porque le molesta el sol y apenas sale de debajo de la sombrilla. Sacude continuamente la arena de la esterilla. Se tumba, pero se incorpora al minuto. Se da la vuelta, pero vuelve a levantarse al instante. Trata de leer el periódico, pero no se concentra. Mira el reloj cada tres segundos. Mete el pulgar del pie derecho en el agua y lo saca con cara de frío. Por supuesto, no pasea. Lo único que mitiga su tortura es pensar que nada es eterno y que su escasez monetaria “apenas” le permite “disfrutar” de siete días de vacaciones. En breve, estará pisando de nuevo acera firme, respirando CO2, sometiendo a sus ojos a las radiaciones del ordenador y sintiendo el frescor del aire acondicionado en todos los poros de su cuerpo. Toda una delicia para sus urbanos sentidos. 

lunes, 15 de julio de 2013

Información de servicio público (Parte 1)


Navegando un buen día por internet, uno de los pasatiempos más recurrentes en jornadas de tedio, me topé con un buen puñado de afirmaciones que la mayor parte de los ciudadanos de a pie desconocen, pero que, por su relevancia, deberían constituir materia de estudio en las escuelas o ser debidamente analizadas en los medios de comunicación de masas. Por ello, en una nueva y encomiable demostración de civismo, me he propuesto convertir mi humilde tribuna de opinión en altavoz de estas verdades que muchos descreídos llaman supersticiones. Estad atentos, pues, porque muchas de estas afirmaciones podrían cambiar vuestras vidas. 

- Si colocas elefantes de espaldas a la puerta en números impares, atraerás buenas cosas para la gente que vive en la casa.

Tarea harto difícil para aquellas personas que no vivimos en el continente africano, no disponemos de una grúa capaz de levantar animales de gran tonelaje, no tenemos ningún amigo domador de circo y no vivimos en una mansión de 3000 metros cuadrados. Eso sí, si por un casual logras solventar todos los problemas logísticos y meter tres elefantes en tu casa (hay que ir a por todas, un elefante es una racanería y cinco, un alarde innecesario) gozarás de una suerte infinita. Creo que el esfuerzo merece la pena.

- Quien se corte las uñas en lunes nunca sufrirá dolor de muelas.

Extraordinario apunte. Y muy útil en tiempos de crisis, ya que si, además, consigues aprender a extraer tus molares atándolos con un hilo al picaporte de una puerta, te ahorrarás acudir al dentista. Ya es conocido el don de la oportunidad del que suelen hacer gala los miembros de la profesión odontológica. Debido a algún tipo de misterio aún no resuelto, siempre hacen su aparición en épocas en las que las cuentas corrientes llegan raspando a los tres dígitos. Merece la pena, pues, esperarse al lunes para cortarse las uñas, siempre y cuando no se tengan las de las manos como las mujeres de “Los Soprano” y las de los pies hagan surcos en el suelo. Ante todo hay que tener sentido común y gusto por la estética.

- Cortarse las uñas en los días que tienen erre (martes, miércoles y viernes) genera padrastros.

Esta sentencia viene a corroborar que el día idóneo para cortarse las uñas es el lunes. Ya no hay más discusión. Hagamos un hueco al comienzo de la semana para el cuidado de nuestros pies y manos y, no sólo no tendremos problemas dentales sino que, además, luciremos unos dedos fantásticos, libres de esos molestos y dolorosos padrastros. Apuntado queda.

- Si quieres evitar visitas que no deseas en casa, deberás colocar una escoba detrás de la puerta, pero si éstas ya han llegado, deberás colocar un vaso con agua tapado con un plato, para que así se vayan cuanto antes.

Con estos sencillos consejos, acabarás para siempre con la sonrisita forzada, el bostezo descarado y las socorridas frases “es que mañana trabajo…” y “es que hoy he trabajado…”, artimañas que, sabiamente utilizadas, siempre logran que las visitas abandonen tu hogar sin rechistar y con cara de pena. Ya no será necesario actuar más. Si tu pareja te comenta: “Hoy vienen a cenar Fulanito y Fulanita”, no tienes más que levantarte y, con toda la tranquilidad del mundo, colocar una escoba detrás de la puerta para que no aparezcan esa noche. Y si, pese a todo, la pareja Fulanita ya está cómodamente instalada en tu sofá, excúsate un momento, ve a la cocina y tapa con un plato un vaso lleno de agua. Tus cansinos huéspedes se evaporarán como por arte de magia. Más limpio y más económico, imposible. No tendrás ni que acercarte a la puerta para despedirlos.

- Doblar la servilleta usada o guardar una servilleta en su servilletero al final de una comida quebrantará una amistad.

Mucho cuidado con esta simple acción. Años y años de buenos momentos compartidos, de apoyo en las malas rachas, de risas y de juergas, pueden irse al garete con un único gesto. Las personas con una exagerada tendencia al orden son las víctimas más vulnerables. Por contra, aquellos sujetos que dejan las cosas de cualquier manera porque están firmemente convencidos de que cuentan con raciocinio y se colocan solas, conseguirán los lazos de amistad más firmes y duraderos.

- Si una persona come directamente de la olla, lo más probable es que llueva el día de su boda.

Perfecto. Las monjitas clarisas se acaban de quedar sin huevos para sus postres. Una lástima, pero, si quieres asegurarte de que no llueva el día de tu boda, lo único que tienes que hacer es no probar tus guisos directamente del recipiente de cocción. Si están sosos, que se echen sal. Y si están muy sabrosos, que beban agua, que es sana, barata y ayuda a limpiar el riñón. Lo importante es que el sol luzca radiante el día de tu boda y no tengas que oir hasta la saciedad aquello de “Novia mojada, novia afortunada”.

- La mujer que siga el vuelo de una mariquita, dará con el hombre ideal.

Otro consejo útil y necesario. El hombre ideal no sé si lo encontrarás, pero correr como un pollo sin cabeza en pos de una mariquita causará en tu cuerpo una masiva quema de calorías, dotando a tu figura de curvas firmes y libres de grasa y celulitis. El príncipe azul que toda mujer sueña con encontrar desde niña se convierte en la excusa perfecta para una sesión de “running” improvisado que te aportará múltiples beneficios.

(CONTINUARÁ…)

martes, 2 de julio de 2013

La playa y sus gentes. Capítulo 1: Los niños

Pues sí, ya llegó el verano. Y con él, la migración entusiasta de buena parte de la población hacia aquellas localidades dotadas de playa, esa suma perfecta de mar, sol, arena, sombrillas, chiringuitos y seres humanos variopintos, tan codiciada en esta época del año. Y, precisamente, de ellos, de los personajes que pueblan las costas, habitantes de las mismas y/o visitantes estivales, voy a hablar en esta y sucesivas entradas por dos motivos:

- Me da la impresión que estos meses no me va a leer ni el Tato.
- Creo que con este tema tan ligerito contribuyo a perpetuar la relajación neuronal que impera en estas fechas.

He decidido dedicar el primer capítulo a los niños en un acto de justicia. No obstante, son ellos los que más disfrutan del sol y de la arena. Y, poniendo nuevamente en práctica mi desmesurada afición a esquematizarlo todo, procedo a enumerar algunos de los modelos sociales de “niño/niña” más comunes en nuestras costas. O por lo menos los que he podido apreciar en un acto de observación casi heroico, porque, no me negaréis que es difícil estar atenta a lo que ocurre a tu alrededor cuando todos tus sentidos, partes del cuerpo y capacidad cerebral están pendientes de que no se llene de arena la esterilla; de echarte bien de protección solar para no parecer una gamba de Huelva; de protegerte la cabeza con una gorra o sombrero (cuanto más fashion mejor) para que no te dé una insolación y se derritan las cuatro ideas que tienes; de no tocar la arena ni con un dedo si estás mojada; de pelearte por la escasa sombra que proporciona la sombrilla; de tratar de recogerte el pelo de forma más o menos decente para no parecer que has salido espantada huyendo de alguien; de no achicharrarte las plantas de los pies, y de entrar en el agua dignamente si hay oleaje y, por tanto, riesgo de caída ridícula e, incluso, de desnudo involuntario. 
Pese a ello, ahí van mis cinco prototipos analizados:

- Niños croqueta
Todo un clásico. Existen dos versiones de tierno infante rebozado en arena: vestido y desnudo. El segundo es muchísimo más práctico, sobre todo, para las sufridas madres que no quieren estar encontrando hasta diciembre arena en el bañador. Además, estos niños croqueta son realmente hábiles logrando adeptos. Su tendencia a correr entre las toallas de la gente provoca enseguida un buen puñado de acólitos llenos de tierra que deben acercarse al mar para limpiarse, quedando de nuevo mojados y a expensas de más ataques, en un bucle de complicada solución.

- Niños con complejo de tuneladora
Estos menores persiguen un extraño objetivo: poder llegar a Australia realizando un agujero cuanto más profundo mejor. El problema es que estas excavaciones faraónicas no son tapadas posteriormente y gran parte de los pobladores de la playa, en especial los de mayor edad, tienen el riesgo de terminar su verano con algún miembro (superior o inferior) fracturado.

- Niños con el termostato averiado
Da igual que esté al borde de la hipotermia, el niño con el termostato averiado no quiere perderse por nada en el mundo un bañito en el mar. Ni siente ni padece. Para él no existen ni el agua fría ni el viento desapacible. Su cuerpo es capaz de ofrecer una gama de morados nunca antes vista en la naturaleza, pero sale del agua con la satisfacción de haberse bañado cuando el resto de la Humanidad tiene los pelos como escarpias.

- Niños que emulan a David Meca
No temen al miedo. Se adentran en las profundidades marinas con no se sabe bien qué intención. Quizá ahorrarse el dinero y llegar a la isla o costa más cercanas utilizando la fuerza de sus brazos y piernas; descubrir cómo nadan los delfines; ganar la medalla de oro de natación en aguas abiertas… Los críos que no se conforman con jugar en la orilla y emprenden esa excitante travesía cuentan con dos máximos enemigos: su padre y su madre. Bueno, no todos. Hay progenitores que, confiados en el buen hacer de sus pulmones, cuando atisban que sus hijos se están alejando demasiado de la costa, se limitan a gritar sus nombres desde su cómoda hamaca. Como si los niños-David Meca tuvieran oído de tísico y no estuvieran completamente volcados en su tarea de encontrarse con Neptuno.

- Niños impacientes con una pala y un objeto esférico en la mano
Dichos niños juegan en la orilla a las palas generalmente con un adulto. Al ser ésta zona de paso de personas deseosas de mejorar su circulación, fortalecer la planta de los pies y tonificar los músculos gracias al saludable ejercicio de andar descalzo por la arena, su partida se ve interrumpida con bastante frecuencia. Por eso, hartos de permanecer inmóviles con la pala y la bola en la mano a la espera de que se dignen a pasar las doscientas personas que han tenido a bien mejorar su estado de salud, cotillear con el vecino o, simplemente, lucir el bikini, los muchachos se hacen los despistados y lanzan la pelota sin miramientos, así golpeen carne, hueso o sombreros de paja. Son expertos en poner cara de “ha sido sin querer, pero la verdad es que me da bastante igual” y repiten el gesto hasta la náusea.

jueves, 13 de junio de 2013

Pequeños autoengaños de la vida cotidiana

La verdad es que no entiendo cómo hay gente que denosta la profesión actoral cuando todos y cada uno de nosotros en algún momento de nuestra vida hemos sido merecedores de un Oscar, un Goya y hasta de un Emmy. Cuando existen frases totalmente integradas en nuestra cotidianidad que bien analizadas no son más que sutiles obras maestras del autoengaño. Oraciones simples que pronunciamos sin sonrojo para tratar de convencer a nuestro interlocutor de una realidad que no nos creemos ni nosotros mismos. Son infinitas en número, probablemente necesitaría no un post sino una enciclopedia para analizarlas todas, y se caracterizan por comenzar con el adverbio “no”. Veamos algunos ejemplos.

No, si sólo voy a comprar cuatro cosillas

Objetivamente, cuatro cosillas son cuatro cosillas. No hay más vuelta de hoja. Tú entras en un supermercado, o lo que es peor, en un hipermercado con la sana intención de comprar apenas cuatro viandas que te solucionen la cena de ese día. Ni una más ni una menos. Por eso, no entiendes qué diabólica fuerza te empuja a llenar tu carro hasta arriba de un conjunto informe de artículos inútiles (pero en oferta) que no van a solventar cena alguna en las próximas dos semanas. Porque, hasta donde alcanzas a entender, ni los 3x2 en desodorantes, ni las sartenes cerámicas antiadherentes, ni la segunda unidad al 50 por ciento de ambientadores para el coche son comestibles. Y gracias a que tienes sentido común y sabes que darías con tus huesos en la cárcel, que si no, te llevarías a casa hasta a la agradable señora que te está pasando los productos por el lector de la caja…

No, no voy a comprarme nada para la boda

La palabra “nada” en esta sentencia es sinónimo de un vestido; unos zapatos a juego con el vestido; un bolso a juego con los zapatos; una chaquetita, bolero o chal por si le da a la noche por refrescar; unos pendientes que pegan con el original escote del vestido; un esmalte de uñas que combina con el pintalabios; el pintalabios, por supuesto, y dos pares de medias, no vaya a ser que uno se rompa. Eso sí, la ropa interior no la estrenas. De milagro. Objetivamente, sabes que con tu armario vestirías a todos los ciudadanos de la Comunidad de Madrid y a buena parte de los de Toledo. Por eso, no entiendes por qué cuándo tienes que asistir a alguna boda, todas esas prendas desaparecen por una suerte de agujero negro que sólo percibes tú y debes acudir a un centro comercial a reponerlas cuanto antes.  

No, no estoy llorando. Será la alergia

Objetivamente, el telefilme que estás viendo es de una calidad infame. Tú estás acostumbrada a consumir productos culturales mucho más cuidados. Vamos, que hasta te tragaste sin pestañear un ciclo de Abbas Kiarostami en tus años de Facultad. Por eso, no entiendes por qué estás llorando como una Magdalena con el interminable monólogo de una madre adolescente de Dakota del Norte que acaba de enterarse de que su hijo no es realmente su hijo. El verdadero ha ido a parar a una familia de la alta sociedad neoyorquina. Y el postizo, al que adora como si fuera biológico, necesita un trasplante de médula para seguir viviendo. Qué drama tan intenso. Qué música tan sentida. Y ni siquiera puedes echarle la culpa de tu terrible disgusto a la regla… Y mucho menos a la alergia. A no ser que las plantas de tu pueblo sean mutantes y puedan polinizar sin problemas en diciembre bajo una gruesa capa de nieve.

No, no tardo mucho. Estoy en diez minutos

Objetivamente, diez minutos son una medida de tiempo bastante razonable para ponerte un pantalón, lavarte los dientes y peinarte un poco. Por eso no entiendes por qué la labor de adecentamiento se prolonga hasta el punto de que tu paciente esperador (o esperadora) ha podido leerse en ese intervalo “Anna Karenina” y ver “Titanic” tres veces, siendo una de ellas la versión con anuncios de Antena 3. También existe otra opción menos culta, y es aquella en la que te encuentras al susodicho fosilizado.

No, no quiero más, gracias. No tengo hambre

Objetivamente, sí que tienes hambre. Mucha. Te comerías entero el buffet libre de un hotel de Benidorm. Con sus jubilados dentro. Pero, esta vez sí que sabes por qué prefieres morir de inanición. En tu plato tienes un bloque de cemento verde excesivamente salado que tu anfitrión ha denominado sin asomo de duda “crema de verduras”. Eres una persona educada y no crees en el exceso de sinceridad, así que sueltas la oración con tu mejor sonrisa. Además, en tu fuero interno sabes que esta crema de verduras es un producto gourmet comparada con la que tú perpetrarías en tu cocina.

No, no me he hecho nada. Estoy bien

Objetivamente, todas y cada una de las terminaciones nerviosas de tu cuerpo rezuman dolor. Te acabas de caer corriendo para no perder el autobús. Son las 8 de la mañana y la parada rebosa gente somnolienta que comienza su jornada laboral. Por eso no entiendes por qué te levantas cómo si nada y te encaminas con normalidad y una cojera incipiente a mezclarte con el resto de la plebe que te mira poniendo cara de “Madre, pa’haberte matao, muchacha”. En un combate de igual a igual, tu dignidad ganaría de calle a tu dolor. En la vida real, no ves el momento de acudir a Urgencias para que te introduzcan por vía intravenosa tres cuartos de litro de analgésicos.

No, si no tengo sueño. Me quedo un rato más

Objetivamente, llevas toda la semana madrugando y haciendo olímpicas jornadas laborales de 12 horas. Tus amigos hace rato que se han convertido en meros muñecos danzantes que abren y cierran la boca articulando sonidos que ni escuchas ni quieres escuchar. Por eso no entiendes que es lo que te lleva a seguir moviendo únicamente la parte superior de tu cuerpo al ritmo de King Africa, en vez de marcharte de una vez por todas en busca de tu mullida camita. Bueno, sí que lo entiendes. Existe una regla no escrita que afirma que el DJ cuenta con un poder sobrehumano (una especie de sentido arácnido) gracias al cual se percata al instante de que has abandonado una noche de juerga antes que el resto para poner así las canciones consideradas “buenas”. O lo que es lo mismo, siempre que te vas tú, empieza lo mejor de la fiesta. El súmmum de la diversión. Esa velada que se recuerda por los siglos de los siglos en toda reunión de amigos que se precie. Así que, continuas moviendo el torso (sobre las piernas ya no ejerces ningún tipo de control), de izquierda a derecha mientras los altavoces vomitan sin piedad la versión 2013 (¿acaso era necesaria?) de “El tiburón”.