Cada vez que recuerdo el
diálogo que voy a transcribir a continuación me palpita una sien y se me
acelera el pulso. Y no por su contenido (peores cosas he escuchado impertérrita
en los últimos tiempos), sino porque uno de los protagonistas hablaba con un
volumen de voz tal que nos hizo partícipes involuntarios de sus cuitas a todos
los que compartíamos con él autobús y probablemente a los ocupantes de los
vehículos que pasaban cerca. Me atrevo a pensar que hasta algún peatón que
cruzaba despreocupado el paso de cebra percibió tamaña potencia vocal.
Tres personas forman parte
del elenco de esta pequeña escena basada en hechos reales: Señor A (el
vociferante), Señora A (su sufrida esposa) y Señora B (la típica mujer que
tiene como profesión intervenir en todas las conversaciones).
Todo sucedió en un autobús
urbano de esos que recorren el municipio de forma circular. En una de las
paradas rutinarias, una pareja sube al autobús. Ambos rondan los 60 años. Él
viste pantalón de pinzas de tiro alto y una camisa azul de manga corta. Ella
lleva falda, camiseta de flores y un abanico que agita con energía. El drama
comienza en el mismo momento en que Señor A introduce su billete en la máquina
y ésta emite el pitido que indica que el ticket no es válido.
Señor A: ¡¡¡¡YA ESTAMOS OTRA
VEEEEZZZZ!!! ¡¡¡ESTA MAÑANA ME HA PASADO LO MISMOOOO!!! ¡¡¡ACABO DE COMPRAR EL
BILLETE Y YA SE HA ESTROPEADOOOO!!!
El conductor del autobús,
que habla a un volumen normal y se encuentra detrás de una mampara, le debe
comentar que es un problema muy frecuente y que están intentando cambiar las
máquinas.
Señor A: ¡¡¡LO MISMO ME HA
DICHO TU COMPAÑERO ESTA MAÑANAAA!!! ¡¡¡PERO CAMBIAD LAS MÁQUINAS YAAA!!! ¡¡¡QUE
ME DA MUCHO CORAJEEE!!!
El buen hombre no es muy consciente
de que, en su arrebato emocional, está taponando la entrada del vehículo. Los
de detrás comienzan a carraspear nerviosos. Sólo su mujer, que continúa
abanicándose como si no hubiera un mañana, se da cuenta de la situación y le
insta a ocupar su asiento.
Señora A: Vamos, siéntate
ya, que tiene que pasar la gente.
Señor A: ¡¡¡ES QUE ME DA
MUCHO CORAJEEE!!! (el hombre insiste en su argumento) ¡¡¡QUE EL BILLETE ESTABA
NUEVOOO!!! ¡¡¡CLARO, CLARO, DICEN QUE VAN A CAMBIAR LAS MÁQUINAS Y LUEGO NO CAMBIAN NADAAA!!! ¡¡¡QUÉ VAN A
CAMBIAR, PUES NADAAA!!!
Mientras la pareja avanza
por el pasillo, comienzo a implorar que se sienten en la otra punta del
autobús, pero Murphy, su ley y yo solemos ser buenos amigos y, efectivamente,
ambos tienen a bien situarse detrás de mi asiento.
Señor A: ¡¡¡ASÍ VA TODOOO!!!
¡¡¡NO CAMBIAN NADA PORQUE NO HAY DINEROOO!!!
Señora B: Diga usted que sí
(ahí está, ha llegado su momento, la Señora B interviene y corrobora las
palabras del altavoz humano. No se moja demasiado, pero, sin duda, con esta
frase se gana a tu interlocutor ipso facto).
Señor A: ¡¡¡SI ES QUE,
SEÑORAAA!!! ¡¡¡ESTA MAÑANA ME HA PASADO LO MISMOOO!!! ¡¡¡Y AHORA OTRA VEEEZ!!!
¡¡¡Y, HALA, EL BILLETE YA SE HA ESTROPEADO Y ESTABA NUEVOOO!!! ¡¡¡ES QUE NO HAY
DERECHOOO!!!
Señora B: Tiene usted razón,
es que no hacen nada bien (esta afirmación también es bastante socorrida. Puede
referirse tanto a una empresa de autobuses interurbanos como a la troika de la
Unión Europea).
La Señora A va a dislocarse
la muñeca abanicándose. Su marido, con tacto envidiable y su aterciopelada voz,
le espeta: ¡¡¡YA ESTÁS OTRA VEZ CON LA JODIDA CALOOOR!!! ¡¡¡ES QUE SIEMPRE
TIENES CALOOOR!!!
Señora A: ¿Y qué quieres que
le haga si tengo calor? (como se nota que su señor esposo no sufre en sus
carnes la menopausia, una de las múltiples maldiciones bíblicas con las que se
nos ha obsequiado a la mujer).
Señora B: Normal, señora,
está haciendo mucho calor (desde luego, esta mujer es un prodigio de sensatez.
No dice una palabra más alta que la otra y, encima se pone de lado de la señora
del abanico en una suerte de complicidad femenina francamente envidiable).
A mi lado se sienta una
pobre incauta con cara de enferma. Creo percibir en ella los síntomas de una
migraña. Se toca demasiado la cabeza, se tapa la cara con las manos… Me da a mí
que también sufre algún tipo de deficiencia auditiva, porque nadie en su
situación se sentaría delante de semejantes cuerdas vocales. Cuando se da
cuenta de su error, ya es demasiado tarde.
Señor A: ¡¡¡YA ANOCHECE
ANTEEES!!! ¡¡¡SE NOTA QUE LOS DÍAS SON MÁS CORTOOOS!!! (giro de la
conversación) ¡¡¡YA HAY QUE CAMBIAR LA HORAAA!!! ¡¡¡EN SEPTIEMBREEE!!!
Señora B: Creo que en
octubre (y vuelve a tener razón)
Señor A: ¡¡¡YO CREO QUE ES
EN SEPTIEMBRE, PERO PUEDE SER EN OCTUBREEE!!! (se dirige a su mujer) ¡¡¡OYE, LA
HORA CUÁNDO SE CAMBIA EN SEPTIEMBRE O EN OCTUBREEE!!!
Señora A: ¿Qué dices? (un
fuerte aplauso para la capacidad de abstracción de la señora. Esta mujer es el
claro ejemplo de la supervivencia del ser humano. Convivir día a día con un
tipo que sobrepasa el límite de decibelios permitidos le ha dado el don de
poner en blanco su mente, pero, sobre todo, de que sus oídos seleccionen sólo
aquello que les interesa. Olé por ella).
Señor A: ¡¡¡MI SEÑORA, QUE
NO ME ESTÁ ESCUCHANDOOO!!! (ahora habla a la Señora B, que asiente. Supongo que
también está alucinada con las habilidades de la Señora A).
Señor A: ¡¡¡MIRA UNA
FARMACIAAA!!! (sí, es cierto, por la ventanilla se divisa una farmacia. ¿Por
qué habrá llamado su atención? ¿Es la primera vez que ve una?) ¡¡¡ESTA ES DE
LAS QUE ABRE TODO EL DÍAAA!!! ¡¡¡YA PODÍAN PONERNOS UNA FARMACIA EN EL
BARRIOOO!!! ¡¡¡PERO NO HACEN NADAAA!!! ¡¡¡SI ES QUE LO HE PREGUNTADO YO Y ME
HAN DICHO QUE LOS LOCALES VALEN MÁS QUE UN PISOOO!!! ¡¡¡ASÍ COMO VAN A PONER
NADAAA!!!
Señora B: Es verdad, a ver
cuándo ponen algo más en el barrio que no sea un bar o un chino (a mí ya se me
ha caído un mito. Esta señora no hace más que hacerle la pelota al vociferante.
Qué pena. Apuntaba maneras de contertulia).
Mi compañera de asiento está
al borde del vómito. Vuelvo a rogar a quien me escuche que no gire la cabeza
hacia mí cuando le venga la arcada. Afortunadamente, pulsa el botón y se dirige hacia la puerta de salida,
no sin antes echar una mirada cargada de odio al Señor A. Decido emular a la
mujer del abanico y abstraerme para intentar que mis oídos descansen de
semejante tortura. Temo llegar a casa y descubrir que se me ha perforado un
tímpano. Así que me pongo los cascos, trasteo un rato con el móvil, miro por la
ventana y me imagino que estoy en un lugar paradisíaco… Sin embargo, el ansia
de cotilleo puede más que el dolor físico y enseguida apago la música. Sólo
consigo escuchar lo siguiente:
¡¡¡EN MI PUEBLO DE
EXTREMADURAAA… MARIO CONDEEE… EXPROPIARON LAS TIERRAAAS… Y AHÍ LES TIENES,
CULTIVANDO PATATAAAS!!!
Ignoro por qué la
conversación ha tomado estos derroteros, qué hace Mario Conde cultivando
patatas y cuál es la relación entre una expropiación de tierras y los tubérculos.
Me apena haberme perdido lo más sustancioso del diálogo.
Señor A: ¡¡¡BUENO, SEÑORA,
ESTA ES NUESTRA PARADAAA!!! ¡¡¡HASTA LA PRÓXIMAAA!!!
Señora B: Adiós, hasta otra
ocasión (la noto triste, creo que ha despedido a su héroe de forma bastante
fría).
Espero que le vaya bien,
buen hombre. Que conserve la voz durante años. Que construyan una farmacia en
el barrio y, sobre todo, que arreglen de una vez las máquinas. Que tiene razón,
oiga. Que da mucha rabia comprarse nuevecito el bono de 10 y que el primer día
ya te tengan que hacer el agujero. Que luego termina como un queso gruyere. Eso
sí, mi cabeza, mis nervios y yo deseamos no volver a coincidir con usted en un
espacio cerrado. Sin acritud.